Siempre que me proponen escribir un artículo pienso inmediatamente en temáticas de la política internacional que resulten novedosas, o por lo menos diferentes a lo que normalmente consumimos como ciudadanos latinoamericanos hastiados de la polarización y los problemas de gobernabilidad, inseguridad y desigualdad. Hallé en los estudios de África y Medio Oriente la combinación perfecta de factores culturales, religiosos, políticos y económicos que han resultado fascinantes en el estudio, pero escabrosos en una realidad que menoscaba los Derechos Humanos y la paz de los pueblos inocentes.
Sin embargo, hoy, por primera vez, no ahondaré en ello desde una perspectiva política, sino que hablaré de la historia más profunda de miles de mujeres, asunto que resulta más retador que abordar conflictos armados lejanos. Son varios días en los que mi cabeza ha dado vueltas para estructurar un discurso lógico que sea de ayuda para las mujeres de la comunidad MORE, y pese a que el miedo no deja de rondar, he decidido aprovechar un espacio en el que no hay juicios, sino empatía y la materialización de la sororidad.
Hace un par de años me encontré con una estadística tenebrosa: entre, por lo menos siete terapeutas de diversas especialidades, el 80% de las mujeres que han atendido a lo largo de sus impresionantes trayectorias, han sufrido algún tipo de abuso. Esa cifra no solo me dio escalofríos, sino que ahora me permite ver que, tras los miles de rostros que veo a diario, hay una historia de dolor que no ha logrado vencer a la valiente que aún sonríe, que aún lucha, que sigue caminando con esperanza por cumplir sus sueños.
Como toda herida, genera cuestionamientos, preguntas sobre cómo hubiese sido la vida sin esos episodios que generan dolor, rencor y, en especial, culpa. No soy psicóloga, pero tras las lecciones de grandes maestras, hoy entiendo que es necesario que generemos escenarios seguros para que, quienes aun callan, se atrevan a hablar, para que entiendan que no son responsables de lo que otros han causado y, particularmente, que no pueden juzgarse a sí mismas por lo que hicieron o dejaron de hacer en un momento de vulneración.
Guardar el dolor y autoflagelarse solo ahonda la herida e impide encontrar el cause del “para qué”. Si bien reconocerse como víctimas es parte del proceso de sanación, superar esa etapa es fundamental para entender que esa historia es el catalizador del poder para ayudar a levantar a otros, para ver el mundo con más empatía y para saber que hay un propósito que, aunque por momentos perdemos de vista, siempre es el telón de fondo de una vida que vale la pena vivir. Pararse con firmeza y abrazarse es esencial para avanzar, no solo a nivel personal. Cuando aquellas valientes han encontrado su voz para liberarse de una pesada carga, se abrieron las puertas para tener una voz de liderazgo, para entender que a pesar de que su voz es suave, genera un eco en quienes han hecho parte de ese arduo, pero hermoso derrotero que han recorrido con denuedo.
Ojalá que estas palabras lleguen a quien necesita también una voz de aliento, a quien en la noche oscura necesita el anuncio del fin de la penumbra. Si, la luz siempre sale, las lágrimas serán de alegría y estarás en sitios y situaciones donde jamás imaginaste estar, mucho más lejos de lo que algún día te permitiste soñar. Basta con leer las historias de grandes mujeres que han hecho historia renaciendo de sus propias cenizas, para mí, una de las más impactantes es la de Nadia Murad, premio Nobel de paz, quien sufrió en carne propia los vejámenes de los terroristas del autodenominado “Estado Islámico”.
Su relato en el libro “Yo seré la última”, hace brotar lágrimas, y aunque empecé la lectura buscando información para mis estudios sobre terrorismo islámico, terminé sumiéndome en una reflexión profunda sobre cómo nos hemos vuelto un arma de guerra y cómo podemos hacer valer nuestras voces para hacer un cambio en una sociedad enferma, una sociedad que confunde la bondad y la dulzura de la voz con falta de carácter y, lo más importante: para hacer cambios en nuestra propia manera de percibirnos, de entendernos a nosotras mismas y de comprender cuán fuerte es nuestro espíritu.
MÓNICA L. FLÓREZ CÁCERES
Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos, graduada con honores como Magna Cum Laude y condecorada con medalla al mérito universitario. Especialista en gerencia de comercio internacional, magister becada en acción política, fortalecimiento institucional y participación ciudadana en el Estado de Derecho, con énfasis en estudios de Norte de África y Medio Oriente, Doctora Honoris Causa en Relaciones Internacionales y Cooperación Internacional. Docentes universitaria, jefe de Relaciones Internacionales.
Instagram: Monica_fzc
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