Una persona muy querida, a quien admiro mucho, me ha pedido que escriba un artículo. Y debo confesar que durante mucho tiempo pensé que no valdría la pena que yo escribiera algo, no me veo como una mujer de grandes éxitos, ya que no soy empresaria, no me dedico a lo que estudié, no tengo una gran fortuna ni una gran casa, no tengo hijos superdotados, no soy de las que se cuidan mucho, es más, me descuido demasiado; así que supongo que no me considero un ejemplo a seguir.
Me preguntaba ¿Qué pudiera yo decir que fuera importante? Y fue en la búsqueda de esa respuesta en donde encontré que más allá de cualquier cosa, las mujeres deberíamos de hablar porque tenemos voz, porque cada una vive experiencias en este mundo que nos forjan y nos convierten en seres fuertes y únicos, y que tal vez el contar las experiencias de lo que vivimos nos permita unirnos como mujeres, como seres humanos y nos ayude a entender toda la complejidad de este mundo, permitiendo dejar de sentirnos tan solos en este inmenso universo al que llamamos hogar.
El tema que escogí es polémico, para muchos difícil de entender y también es difícil de explicar. Y se me ocurrió porque hace unos días mi esposo le comentaba a un amigo cuál era su opinión sobre el aborto. En mi casa tanto él como yo lo apoyamos; él le decía que curiosamente yo estaba a favor, pero no como él lo estaba, sino que él lo veía como un derecho propio de la mujer y yo no. Que legalmente, yo estaba en pro, pero no moralmente. Y entonces me di cuenta de que él no entendía mis razones y no lo entendía porque no sufrió de violencia obstetra, porque no ha sufrido de violencia de género y porque tal vez yo tampoco he sabido explicárselo muy bien.
Debería de empezar por contar mi experiencia personal, no quisiera alargarme mucho, pero me temo que lo haré inevitablemente. Les diré que cuando era más joven, creo que tenía unos 24 o 25 años, estando ya casada, quedé embarazada por primera vez; tendría que decir también que tenía solo unos días y antes de hacer la prueba, yo lo sabía; cuando nos lo confirmaron a mi esposo y a mí fue uno de los mejores días de toda mi vida y durante las seis semanas que duro mi embarazo fueron días hermosos, llenos de mucha luz y alegría, para los dos. Nuestros amigos estaban contentos con la noticia y la familia de ambos igual.
La mañana que perdimos al bebé, empezó como todos los día, solo que al medio día, mientras me bañaba, comenzó un leve dolor, sangrado leve y por un momento intenso, salí del baño encorvada del dolor, como pude, le llame asustada a mi esposo, él llego en minutos, me ayudó a vestirme y como pude bajamos las escaleras, no sé muy bien cómo, pero me subió a un taxi y fuimos directo al hospital, al llegar allí, no me atendieron de inmediato y mientras esperaba lo sentí, sentí cuando él salió de mí, lo sentí en mi ropa interior, mire a mi esposo y le dije: lo perdí, lo acabo de perder; me senté en la banqueta (ni siquiera me habían ingresado) y comencé a llorar.
La enfermera más por miedo que por otra cosa le dijo a mi esposo, que me metiera, que no me podían ver así en la calle, que me iban a atender. Lo demás lo recuerdo como si hubiera sido un sueño o mejor dicho una pesadilla; me ingresaron y me señalaron un cuarto dándome una bata, pidiéndome que me quitara toda la ropa y me la pusiera, yo le pregunté qué era lo que tenía que hacer con mi bebé, lo traigo en mi ropa interior, creo que le dije a la persona que me atendió, me miró con desdén y sólo dijo: allí adentro hay un bote.
Tuve que dejar en ese bote una parte de mí que jamás recuperé, que aún me duele, sentí que me moría con él y que nunca, jamás volvería a ser nada igual. Al salir de allí, me dieron una cama y me pidieron que me esperara, que me harían un legrado en un rato más; la verdad no sabía que era, lo único que quería era dormir, llorar y dormir. Está de más, decir que no pude dormir, veían alrededor de mí, todas esas mujeres que estaban por tener a sus bebés, y me moría de envidia, porque a pesar de que lloraban y gritaban, estaban por tener a sus bebes; algunas me preguntaban que hacía yo allí y solo alcanzaba a decir entre sollozos que acababa de perder a mi bebé.
Muchas me veían extrañadas, otras con pena y algunas, sobre todo las enfermeras molestas, la verdad eso no lo entendía muy bien o más bien lo entendí después, muchos años después.
Esperé durante muchas horas y en ese tiempo vi con tristeza que no era a la única que trataban con desprecio, una joven que se quejaba de mucho dolor, le dijo su doctora tiernamente, pues tú querías andar abriendo las piernas ¿no? Otra más, que llego de urgencia, le pelearon porque creo que venía con las uñas de los pies pintadas: ¿pues qué andabas de fiesta? Y ¿te esperaste hasta el último momento o qué, ya lo traes casi a afuera mujer? Una chica muy joven lloraba de dolor y le dijeron que, como no encontraron a tiempo a sus familiares, ya se había pasado el tiempo de la epidural y que ahora se iba a tener que aguantar.
Que terrible es el servicio para las mujeres que van a ser madres ¿Que podía esperar yo? ¿Qué alguien viniera y me consolara? ¿Qué me explicaran cual era el procedimiento que me iban a hacer? ¿Qué me dijeran que lo que me paso no fue mi culpa? Al final solo me llevaron en silencio. Por supuesto me pusieron mal la epidural, claro, que en eso yo tengo algo de culpa, me moví, no sabía lo que era y lo mucho que dolía, así que aún duele, como todo ese día en sí. El proceso, es de lo más horrible, a pesar de la anestesia local sentí todo, sentí como me hacían el mentado legrado y no solo se siente que estén “raspando” literalmente tu cuerpo, sino también se siente mucha vergüenza, es violento y agresivo.
No creo que haya mujer en el mundo que pueda acostumbrarse a ello, al menos no sin perder parte de su esencia. Salí del hospital unas horas después, ya era de noche, llegué a casa, fui directo al baño, en él ya no había sangre, mi esposo lo había lavado mientras yo estaba en el hospital, no pude ni agradecérselo, al salir me acosté en la cama y lloré, lloré durante varios días y aún lloro cuando lo recuerdo.
No entendí porque me trataron así, lo entendí, como dije años después. El aborto es un delito en México y quien lo comete, o a quien le pasa, es un delincuente, no hay un lugar en los hospitales para mujeres que pasan lo que yo pasé, no hay capacitación para quienes tratan estas situaciones, no hay quien explique de se trata el procedimiento y tampoco hay apoyo psicológico de ningún nivel, ni para mí, ni para mi esposo que estaba fuera muerto de miedo y de tristeza, no hay interés de comprender ni mucho menos intentos de empatía. Nadie quiere hablar del tema porque quien lo hace es un asesino, quien piensa en ello es una hiena, una mala persona, un ser despiadado que no merece más que repudio y cárcel. Las personas que me atendieron ese día y que siguen atendiendo a miles de mujeres en mi situación solo ven el hecho de que tuve un “aborto”, no supieron, ni quisieron saber si fue provocado o espontáneo, no les interesó saber cómo me sentía, ni les preocupó cómo me afectaría, cómo nos afectaría como familia.
Yo apoyo el aborto, porque deseo que las cosas cambien en mi país, porque espero que lo que viví yo, se acabe, que las mujeres tengan un lugar a donde ir sin ser menospreciadas y castigadas y que también de ser posible se abran espacios para hablar abiertamente del tema, que nos permitas evitar o sanar todas las heridas que podamos hacernos. No sé si esta historia, mi historia, sustente la teoría de mi esposo, lo que sé, es que no me creo capaz de juzgar a quien tome la decisión de no tener a su bebé, de pasar por lo que yo pasé de manera voluntaria y me parece de lo más absurdo pensar que será algo que alguien quiera hacer una y otra vez. Pero sobre todo porque creo que ninguna mujer debería tener un bebé que no quiere y ningún niño debería llegar a un hogar donde no se le ame.
Por: Ruth Domínguez Vázquez, Licenciada en Psicología, madre de dos, esposa con 20 años de experiencia, trabajadora del Instituto Nacional Electoral y defensora de la Democracia y la Educación Cívica.
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