Cuando tenía 34 años me sentí morir. Mirando aquella época con perspectiva ya no lo veo ni tan largo ni tan duro, pero lo fue. Los dolores que empecé a experimentar no conseguía asociarlos a nada. Me desmayaba. En un principio me trataron para combatir algo cuyo nombre hace gracia: meteorismo. Para que nos entendamos, exceso de gases. Y todas sabemos que los gases pueden ser muy dolorosos cuando no salen. No mejoraba, hasta que después de meses de tratamientos erráticos, una ginecóloga particular me hizo una ecografía y descubrió que lo que tenía era endometriosis.
El pasado 14 de marzo fue el Día Mundial de la Endometriosis, una enfermedad que afecta a millones de mujeres en todo el mundo. Este día representa una oportunidad para compartir nuestras experiencias, tal como lo he hecho yo, desafiando el silencio que rodea a esta enfermedad y su impacto en nuestras vidas. Estoy segura de que, de haber sabido sobre la endometriosis, yo misma habría tomado las riendas de mi dolor exigiendo antes una solución. Esta enfermedad, y en general todo lo que concierne a la salud sexual y reproductiva de las mujeres lejos de ser algo en lo que te formen desde niñas, es medio enigma, medio secreto, según el contexto en el que vivas.
La endometriosis es mucho más que un trastorno ginecológico. Es una enfermedad dolorosa y debilitante que puede afectar profundamente la calidad de vida de las mujeres que la padecen. Desde dolores incapacitantes hasta problemas de fertilidad. Puede afectar desde nuestras relaciones personales hasta nuestra capacidad para trabajar y participar plenamente en la sociedad.
Por otra parte, nos enfrenta a una realidad social y cultural que a menudo minimiza nuestro dolor. En una sociedad que tiende a medicalizar y patologizar los cuerpos de las mujeres, la endometriosis se convierte en una experiencia invisibilizada. Se nos dice que «es solo dolor menstrual» o que «es parte de ser mujer», negando así nuestra experiencia y perpetuando el estigma en torno a la salud reproductiva femenina.
Hace falta una mirada feminista, tanto en la práctica médica, como en nuestras reflexiones y diálogos en distintas esferas sobre la endometriosis que desafíen esas narrativas y reclamen nuestro derecho a una atención médica adecuada y compasiva. Nos recuerda que nuestra salud y bienestar no deberían ser sacrificados en el altar de la indiferencia. Nos recuerda que merecemos ser escuchadas, creídas y apoyadas en nuestro viaje hacia el bienestar. Y por supuesto, que tenemos que reclamar más investigación para aumentar la prevención de esta enfermedad.
En muchos sitios, el acceso a cirugías y tratamientos ya es habitual, pero se tarda mucho en diagnosticar, o como me pasó a mí, que ni siendo mujer en edad fértil me mandaron pruebas de inmediato para descartar posibilidades. A mí me operaron, pero me consta que esa suerte no la tienen todas. Por eso, como queremos un mundo donde nuestras experiencias sean reconocidas y valoradas, empecemos nosotras a hacer pedagogía, a hablar de lo que nos pasa. De esta manera, las mujeres del mundo sabrán cuándo se encienden las alertas y podrán buscar y exigir ayuda. Nuestra voz importa, nuestro dolor importa.
Por Margarita Prada Zuluaga. Comunicadora social y marketer
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