La palabra “sororidad” es un término muy escuchado en los últimos tiempos pero que realmente ya tiene su uso algunas décadas atrás. Su origen latino procede de soror, palabra que figuradamente alude a una relación de amistad y solidaridad muy estrecha entre dos o más mujeres.
Esta palabra sigue el mismo patrón que fraternidad, cuya raíz latina es frater (hermano),
La palabra no fue reconocida por la Real Academia Española, que sí recogía algunos otros derivados como “sor” (tratamiento que se da a una integrante de una orden religiosa), “sóror” (referido a dichas religiosas) o “sororal” (de hermana), hasta el 21 de diciembre de 2018.
Se busca con la sororidad, reivindicar, así como la complicidad femenina, pero no como un fin en sí mismo, sino para lograr objetivos de cambio social. Es una dimensión política, no una ingenua apelación a una supuesta solidaridad natural entre las mujeres.
Con la sororidad se intenta construir una alianza social, con valores éticos y emocionales trabajado entre mujeres, que unidas somos más fuertes, que al empoderarnos tendremos fuertes alianzas entre nosotras, protegiéndonos y cuidándonos como hermanas, no como adversas. Entendiendo las alianzas colectivas que busca generar cambios de la sociedad.
Hace más de 50 años, en 1970 cuando la escritora Kate Millett, líder del feminismo de aquella época, propuso esta palabra con el fin de recoger una idea por la que luchaba en su día a día como férrea activista: conseguir una unión social entre mujeres sin que existieran diferencias de clases, religiones o etnias.
CÓMPLICES, NO RIVALES.
Es visto como normal, que exista competencia entre mujeres, a lo que la sororidad intenta realizar cambios asertivos, con la intención de crear hermandad y solidaridad entre nosotras, no se intenta buscar similitudes respecto a cómo se organizan los hombres para darse apoyo mutuo, es crear una atmósfera de cuidados entre nosotras aun sin conocernos en la distancia, apoyarnos como hermanas de luchas, alegrarnos de los logros de las otras, protegernos mutuamente.
Biológicamente, nuestras cadenas son irrompibles: mi madre y yo, no solo estábamos una dentro de la otra, un cordón umbilical nos unió desde la concepción, nací y crecí aprendiendo de ella y admirando su feminidad, repitiendo su ciclo de vida como mujer, pasando las mismas metamorfosis biológicas, a diferencia de nuestras decisiones y formas de actuar, somos iguales.
Cuando reconozco que soy mujer, no debo ver la raza, la religión, la cultura, el color o las preferencias sexuales de otra mujer, no debo hacer críticas destructivas; lo que si debo recordar es que, estamos en una lucha por defender nuestros derechos en diferentes espacios, en los que entendemos que nos están siendo vulnerados, negados o arrebatados y nuestro compromiso debe apuntar al apoyo colectivo desde donde nos encontremos y sea posible, sin comprometer nuestra integridad física o emocional.
Lic. Josefina Reyes (República Dominicana)
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